miércoles, 16 de agosto de 2017

En la frontera







En los bordes de nuestra tierra hay, todavía, desaparecidos. Los perpetuamente secuestrados por la dictadura cívico-militar, desde ya. Pero también los que nos legó una democracia de cartón pintado en la que no solo es posible que el país de las vacas produzca guachitos con anemia. No; también aquí puede que un testigo que declare contra represores sea secuestrado por segunda vez, que un pibe que se niegue a robar para la policía se transforme en un muerto enterrado como NN, o que un manifestante sea arrastrado por gendarmes en la estepa para no ser visto nuevamente. Y todo esto puede ocurrir con el consenso de una porción nada despreciable de la población.
La fuerza que debe custodiar las fronteras nacionales es la responsable de apalaear y tirotear rutinariamente a los habitantes ancestrales de esta tierra. Esa misma fuerza, que es la denunciada por la desaparición forzosa de Santiago Maldonado desde el 1 de agosto, en Cushamen, Chubut, es la encargada de investigar el caso, de investigarse. La podredumbre asciende, cada vez más a la vista, desde el subsuelo patagónico, sus latifundistas, y sus matones verdeoliva a sueldo, hasta la misma casa de gobierno.

Paradojas. Sinsentidos. Cosas que ocurren en la frontera. Allí, donde limitan las estancias de los ricos entre los ricos con el pueblo mapuche y sus casillas rudimentarias. En ese límite que los mercenarios sin patria y renegados de su clase van corriendo cada vez más; ese que cuidan celosamente del pueblo que lucha, justamente, por su lugar en esta tierra.


***

Desaparecido II

Yo no soy y soy ninguna parte.
Yo no puedo y lo que puedo es nada.
Yo no estoy.
Apenas una sílaba pero en verdad más nada.
Un tiempo ayer, ceniza.
Viento por todas partes. No entro ni salgo,
yo no digo buenas noches, no beso, no
utilizo sombrero,
porque jamás. Y soy ninguna parte.

Se terminó –dijo la vida de un portazo- y yo
no vuelvo y cuando vuelvo quedo a mitad de camino.
No puedo y si pudiera es casi o menos que eso,
apenas una fecha en el papel ajado de tus labios.

Allá van las barajas de mano en mano y estos
dados de sangre rodando a la deriva.
Yo sueño si me sueñan.
Pero a veces escucho; hay una voz,
me sabe de memoria.
Hay un nombre tan cerca que dan ganas de usarlo.

Jorge Boccanera,
de Polvo para morder; 1986

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